CARMEN LAFORET DÍAZ
Biografía:
Aunque nacida en Barcelona, a partir de los dos años se trasladó a las Islas Canarias. Allí transcurrieron su infancia y adolescencia.
Estudió Filosofía en Barcelona y Derecho en la Universidad Complutense de Madrid, pero abandonó ambas carreras a los 21 años.
Se casó en Madrid con el periodista y crítico literario Manuel Cerezales, con quien tuvo cinco hijos. Saltó al primer plano de la literatura española cuando en 1944 ganó el primer Premio Nadal con su novela Nada. Narración en primera persona de la apertura al mundo de la joven Andrea, quien se instala con unos familiares en Barcelona para iniciar sus estudios universitarios; sin embargo, el medio que la rodea la conducirá al desengaño. La novela ofrece un testimonio del desmoronamiento físico y moral de parte de la sociedad española en los primeros años de la posguerra, ya que retrata la pequeña burguesía catalana del principio del franquismo. La obra sintonizó con las expectativas del público y se vendieron tres ediciones sólo en el mismo año de su publicación; es más, ganó también el Premio Fastenrath de la Real Academia Española en 1948 y figura entre las obras clave del realismo existencial que dominó el panorama narrativo europeo de los años cuarenta.
Sigue leyendo... CARMEN LAFORET, CON Y SIN MISTERIO de Fernando Valls 23/03/2004 LAFORET Y SENDER: UNA AMISTAD ÍNTIMA Y LITERARIA “PUEDES CONTAR CONMIGO”: LA RELACIÓN EPISTOLAR COMENTARIO DE “NADA” LEYENDA DE ALCORAH POR CARMEN LAFORET Fuente: Http://mquinadecoserpalabras.blogspot.com/2008/03/carmen-laforet.html ALGO SOBRE MI MADRE por AGUSTÍN CEREZALES LAFORET. Escritor
En (1952) publica “La Isla y los Demonios” donde narra el paso de la niñez a la adolescencia en un mundo también degradado, de Marta, fundándose en su propia experiencia juvenil en Las Palmas de Gran Canaria. “La mujer nueva” (1955), sobre su reconversión al catolicismo, ganó el Premio Nacional de Literatura de 1956 y el Premio Menorca de Novela de 1955. Siguió “La Insolación” (1963) primer volumen de la trilogía “Tres Pasos fuera del Tiempo” Viajó a Estados Unidos invitada en 1965 y sobre su experiencia y la vida americana publicará el ensayo “Mi primer viaje a USA” (1981) allí conoció además al novelista Ramón J. Sender, con el que intercambió una interesante relación epistolar. Entre sus libros de cuentos destacan “La Llamada” (1954) y “La Niña y Otros Relatos” (1983). Casi toda la obra de esta autora gira en torno a un mismo tema central: el del enfrentamiento entre el idealismo juvenil y la mediocridad del entorno.
Escribió novelas cortas, libros de cuentos y narraciones de viaje. En 2003, su hija Cristina Cerezales publicó “Puedo contar contigo” que contiene la relación epistolar entre su madre y Ramón J. Sender. Un total de 76 cartas en las que la escritora desvela su silencio literario, su patológica inseguridad y su deseo de resguardarse del contacto social, que después cristalizó en un distanciamiento paulatino de la vida pública, acelerado por una enfermedad degenerativa que afectaba a su memoria, mal de Alzheimer. Carmen, Falleció en Madrid el 28 de febrero de 2004.
En febrero de 2007 a modo de conmemoración del tercer aniversario del fallecimiento de la autora, la editorial Menoscuarto publica por primera vez una recopilación de todos sus relatos cortos, incluidos cinco inéditos, Cartas a don Juan.
OBRAS:
Nada (1948), Novela
La isla y los demonios (1950), Novela
El piano (1952), Novela
La llamada (1954), Relatos
La mujer nueva (1955), Novela
Un matrimonio. (1956), Novela.
Gran Canaria (1961), Ensayo
La insolación (1963), Novela
Paralelo 35, (1967), Libro de viajes
La niña y otros relatos (1970), Relatos
Artículos literarios (1977)
Mi primer viaje a USA (1981), Ensayo
Rosamunda (1995), Cuento
Al colegio(1996), Cuento
Al volver la esquina (2004), novela póstuma. Continúa la historia de “La insolación”
Cartas a don Juan (2007), recopilación de todos sus relatos cortos. Romeo y Julieta II (2008), recopilación de sus relatos amorosos.
Fuente: wikipedia
Cuentan las crónicas que la escritora Carmen Laforet había nacido en Barcelona hace 82 años; sin embargo, nunca tuve esa impresión, más bien hubiera dicho que era canaria. Lo cierto es que a los dos años se trasladó a Las Palmas y a los 18 volvió a la capital catalana. En ésta permaneció un par de años, hasta que se trasladó definitivamente a Madrid, en donde se casó con el periodista y crítico literario Manuel Cerezales, nacieron sus cinco hijos y ha fallecido.
Es sabido que con su novela “Nada” obtuvo, en 1944, cuando sólo era una joven desconocida, el primer Premio Nadal. Un libro que fue recibido con numerosos elogios, entre los que habría que destacar los que le dedicaron Juan Ramón Jiménez, Azorín, Francisco Ayala y Miguel Delibes. Publicó después un puñado de libros más, pero ninguno llegó a alcanzar ni el interés ni la repercusión que tuvo su primera novela. Por eso, a partir de 1970 no volvió a publicar nada nuevo.
Ante una trayectoria como ésta, parece inevitable que surjan algunas preguntas. ¿A qué se debió el acierto, el éxito de Nada? ¿Por qué no volvió a repetirlos? El caso es que con Nada se produjo a la vez toda una serie de condiciones que pueden explicar el éxito del libro: su autora era una mujer joven, que resultaba tan atractiva como inaccesible y que había acertado a la hora de plasmar aquellos primeros años del franquismo, las repercusiones de la Guerra Civil, el contraste entre una sociedad sórdida, derrotada, con las ansias de vivir de una joven que tiene toda la vida por delante, pero también muchos impedimentos para ser feliz.
¿Qué le pasó entonces a esta mujer, para que no fuera capaz de madurar como escritora, de volver a darnos una obra de entidad? Es imposible responder con certeza a esta cuestión, pero sí podemos recordar que en la narrativa española de las últimas décadas existen otros ejemplos de escritores que no han logrado igualar en su obra posterior los aciertos de la primera. En su caso, se tiene la sensación de que, una vez compuestas las obras que tenían como fondo los avatares de su propia biografía, no fue capaz de obtener los mismos logros con la invención de otras vidas ajenas.
Con frecuencia, las crónicas se han preguntado si la respuesta a este misterio se encuentra en su vida privada o bien en las condiciones en las que se desarrollaba la creación literaria en España durante el franquismo. La tentación más habitual es señalar que quizá se volcó en su vida y se dedicó al nomadismo; a buscar, en diversos viajes y estancias, alejada de su familia, lo que intuía que podría existir y es probable que no llegara a encontrar. Pero también sabemos de su tendencia al ensimismamiento, de sus deseos de abandonar temporalmente su entorno inmediato. A pesar de todo ello, siguió dedicándose con altibajos a la escritura sin dar nunca con otra obra que la satisficiera plenamente, hasta el punto de que decidió no publicar una novela, de la que llegó a tener pruebas de imprenta.
En el momento de morir, llevaba alejada de la vida pública literaria más de 30 años, desde que en 1970 publicó “La niña y otros relatos” en la atractiva colección Novelas y cuentos que dirigía su marido, de quien se separó en esa misma fecha. En los últimos tiempos se ha intentado llamar la atención sobre su obra con la edición de su correspondencia con Sender y la reedición de su novela “La mujer nueva” que algunos comentaristas poco atentos la han interpretado como un alegato feminista, cuando más bien debe leerse como el relato de una crisis mística y una vuelta al hogar. Mucho más interés tiene, en cambio, la edición de “Nada” de Domingo Ródenas de Moya (Crítica, 2001), quien nos devuelve el texto limpio de las impurezas que el tiempo le había ido añadiendo, y el inteligente trabajo que Inmaculada de la Fuente le dedica en su libro “Mujeres de la posguerra” (Planeta, 2002)
La leyenda sobre Carmen Laforet y el prestigio de “Nada” fueron creciendo sin parar a lo largo de los años. Así, por ejemplo, un autor tan poco complaciente como Javier Marías la eligió entre las 10 mejores novelas españolas del siglo XX, en un balance que publicó la revista Quimera en abril de 2002. Una especie de gretagarbismo, culto al que se entregaron los autores de los años treinta, se repite en la posguerra, en cierta forma, con esta mujer. No hay más que observar sus fotos de aquellos años para entender lo que había en ella de mujer misteriosa: la media sonrisa, los pómulos acusados, la melena recortada en la nuca, una evidente timidez "mendigadora de afecto", como recordaba su amigo Emilio Sanz de Soto. Así la debió de ver Cecil Beaton cuando la retrató en el Tánger de la década de 1950.
Cuando fallece un escritor que nos interesa, solemos preguntarnos por lo que perdurará de su trayectoria. En este caso la respuesta no me parece que sea demasiado arriesgada. En efecto, al valor indiscutible de su primera novela, si la juzgamos como tal y de una jovencísima autora, se añade la desazón de que nunca llegara a darnos la obra de madurez que cabía haber esperado. Tampoco olvidaremos la constante perplejidad que muestra la voz narradora, la extraña casa de la calle de Aribau, ni la capacidad de sorpresa de esa chica rara que volveremos a encontrar en obras de Ana María Matute, Ignacio Aldecoa, Carmen Martín Gaite y Dolores Medio. Su firme vocación ha pervivido en alguno de sus hijos. Agustín Cerezales es autor, entre otras obras, de un primer libro de cuentos extraordinario, “Perros verdes” (1989).
Tiendo a pensar que quizá la historia literaria de esta mujer sea más sencilla de lo que se dice. Es muy probable que todo en su existencia se produjera de manera mucho más natural: una chica joven escribe una novela tan curiosa como inquietante, luego se casa, tiene varios hijos, se convierte al catolicismo para abandonarlo poco después, publica otros libros que no cubren las expectativas, por lo que decide no publicar nada hasta estar convencida de su calidad, cosa que no llega a producirse.
Quizá lo único extraño, tal como están hoy las cosas cuesta trabajo entenderlo, estribe en esa sensatez y exigencia inusuales de que hizo gala al reconocer su incapacidad para alcanzar de nuevo ese arte sincero, humilde y verdadero al que aspiraba con tanto afán.
Fernando Valls es profesor de literatura contemporánea en la UAB.
Fuente: http://www.elpais.com/articulo/elpepiautcat/20040323elpcat_4/Tes/Carmen/Laforet/misterio
Carmen Laforet (1921-2004) fue una joven espigada, de enigmática belleza, que conmocionó el panorama de las letras españolas en 1945 con la novela “Nada”. Esa novela fresca, rebosante de desparpajo y dolorida lucidez, narraba la historia de una estudiante de Filología en Barcelona, tanto en el contexto universitario como en un clima agobiante y decadente de una familia burguesa de la ciudad. A pesar de la conmoción que provocó ese extraordinario libro, de aroma tremendista (se narra incluso un suicidio con una navaja barbera), Carmen Laforet nunca estuvo demasiado satisfecha e intentó superarlo y mejorarlo en nuevas entregas. En 1965 fue invitada por el Departamento de Estado de Estados Unidos para que visitase algunas universidades, y en Los Ángeles conoció a Ramón José Sender. Aunque no volverían a verse hasta 1974 en España, en el primer viaje de retorno del gran escritor oscense tras la Guerra Civil, mantuvieron una apasionada, íntima y cómplice correspondencia, que constituye un perfecto retrato de ambos.
Carmen y Ramón vivían la escritura con una pulsión distinta: Sender era el escritor constante, la palabra y los personajes y los argumentos eran un exorcismo personal, una necesidad tumultuosa de vaciarse y de desnudarse, una huida del dolor a través de la creación; Laforet padecía cierto pánico, daba una y mil vueltas antes de escribir, reflexionaba, temblequeaba de responsabilidad, pero además era madre de cinco hijos y sentía a flor de piel el agobio de “la vida tan áspera como es la de España para los escritores”, llena de “envidias, enemistades y rencillas”. Pronto se estableció una amistad literaria bellísima entre ambos. En esa década de fértil relación, recogida en el libro “Puedo contar contigo” (Edición de Israel Rolón; Destino, 2003), Laforet le cuenta sus incertidumbres, su condición de abuela, su panorama familiar, le da a entender la separación de su esposo Manuel Cerezales y le narra sus proyectos casi siempre intermitentes y le explica su concepción de la novela, y no duda en hacerle partícipe de sus preocupaciones religiosas, semejantes a las de Sender, a quien le dice: “De política, cero. Me uno a ti, anarquista órfico y neo-cristiano”.
Sender también le ofreció colaborar en la Agencia Literaria de Joaquín Maurín, le habló de conseguir un trabajo en una Universidad norteamericana e incluso le ofreció ayuda económica. Y en este clima de admiración confesa y constante, incluso hay lugar para la epístola amorosa, para la seducción leve, para la insinuación; al fin y al cabo, Sender era un fauno constante y veía en la “abuela de cero años” o “de una edad divina” a una eterna adolescente. El libro es estupendo porque sirve para conocer a los dos escritores y en particular la biografía de Carmen Laforet narrada por ella, sus viajes, su estancia en Roma, fascinada con Alberti y María Teresa León, a la cual Sender le envía uno de sus libros, y quizá sea un apéndice literario amenísimo e intenso de dos personas muy diferentes que se encontraron en la amistad, en la palabra, en la ficción y en la vida.
Laforet escribió: “Te admiro no sólo como escritor, creo que eres el más grande de los novelistas españoles, sino como tú, como personalidad”. Y Sender, más humano y entrañable que nunca en estas cartas, dijo: “Tus novelas me gustan más que las mías y son mejores en varios sentidos. Sobre todo ahora, que soy viejo, nervioso (impaciente) y raro”. Era tan sincero en su valoración, que no dudó en dedicarle su novela “El fugitivo” y en reseñar con entusiasmo la versión inglesa del relato de Andrea, la protagonista de “Nada”.
Fuente: http://antoncastro.blogia.com/2005/080201-laforet-y-sender-una-amistad-intima-y-literaria.php
ENTRE RAMÓN J. SENDER Y CARMEN LAFORET
Aunque la lectura privada de la correspondencia entre dos personas siempre puede parecer una cierta violación de intimidad, en este caso, y con el consentimiento de la familia Laforet - admirable ejercicio de síntesis el prólogo de su hija Cristina Cerezales - nos permite conocer aspectos importantes de las biografías y de los procesos de creación de dos escritores extraordinarios y en muchos aspectos antagónicos. Como decimos, la correspondencia entre los dos escritores nos permite conocer algunas facetas de su personalidad y la disparidad de sus situaciones vitales. Sender está solo y en el exilio, añora - y en cierto modo idealiza- tanto a España como a su Alto Aragón y anhela volver a ellos, aunque la permanencia en el poder del "César pequeñito", como llama en sus cartas a Franco, se lo impida. Carmen Laforet vive en esa España gris de la dictadura y desea - como hará en algún momento marchándose a vivir a Italia - alejarse de ella. Es muy ilustrador el pasaje de una de sus primeras cartas, cuando al regresar de Estados Unidos escribe: "¡Qué sensación más horrible volver! (...) Yo le cuento todo esto para que no se haga ilusiones cuando venga a recorrer Madrid y el Alto Aragón con nosotros. Solamente estando tres meses fuera, ya se nota que esto no es lo que nosotros creíamos que era". Sender responde: "Sí, aquí todo está mejor que en España a primera vista. (...) ¡Todo tan limpio y bien organizado! Pero ¡qué vamos a hacerle! ¡A mí me encanta la mugre española! (...) Yo quiero ir a España - a una aldea de Aragón- y dormir tres semanas, día y noche, hasta hartarme. Desde que salí de España, no he dormido bien una sola noche". Sin embargo, Laforet insiste en recordarle al nostálgico Sender cómo es el país real: "Usted se ha olvidado que vivimos siempre en los pequeños reinos de Taifas, y que una persona que no está declaradamente en ninguno de esos reinos belicosos, a la fuerza se la considera como enemiga de todos. O tonta, o malvada, o lo que sea”.
Las situaciones familiares de ambos también son antagónicas. Sender vive - y se siente- solo, trabaja como profesor en la universidad, a veces ve a su última esposa, mantiene algunas relaciones esporádicas y sus hijos se han independizado por completo; combate la soledad escribiendo sin tregua. No asimila muy bien hacerse viejo y sus achaques de salud, se vuelve raro. Laforet está casada - su marido trabaja en una editorial - y tiene cinco hijos; la vida familiar le absorbe y le impide dedicarse a fondo a la escritura. También aquí sus anhelos son opuestos: él parece añorar una estabilidad familiar acorde con su monotonía cotidiana; ella pretende volar sola y vivir nuevas experiencias. Hay un momento, cuando Carmen le informa de su separación matrimonial, en que parece que él desea con fuerza que ella vaya a Estados Unidos, pero ella se va a Italia donde vive una cierta bohemia en la Roma de Paco Rabal - una de sus hijas se casa con el hijo del actor- y de Rafael Alberti y María Teresa León. Sender tiene seguridad y oficio como escritor, su obra es sólida y conocida y su prolijidad y dedicación a la escritura son sorprendentes. Laforet duda de su capacidad para escribir, necesita tiempo y concentración, atraviesa crisis - espirituales, familiares, de confianza en sí misma - por su constante y agotadora búsqueda que paraliza su creación literaria; Sender, continuamente y desde el primer momento, la anima, le reconoce una gran valía y un talento literario que no debe desperdiciar porque "nos pertenece a todos".
Aunque pudieran ser fuente de discrepancia, ni la religión ni la política son temas que aparezcan demasiado en sus cartas: la escritora desde el principio declara no saber de política ni sentir interés por ella; él, salvo sus referencias a Franco como obstáculo para su regreso, apenas toca el tema y cuando lo hace, olvidada ya su fogosa juventud, se aparta de cualquier toma de partido: "Yo no hago política de ninguna clase. No pienso hacerla ni en realidad la he hecho nunca (digo de partidos). Pero, claro, el nombre de cada escritor va unido a alguna clase de tendencia. La mía es sólo un deseo de libertad como la que tenemos aquí. Es decir, la posibilidad de leer, escribir y publicar lo que uno cree que está bien. Así puede un país conocerse a sí mismo, y poner en orden y en acción todos los recursos de su pueblo. Pero política, no. Ni ahora ni - creo - nunca. Uno va siendo viejo además para esos trotes." En lo espiritual Laforet deja traslucir en sus primeras cartas un fuerte sentimiento religioso - producto de una intensa crisis religiosa es su novela "La mujer nueva", de 1955, y que acaba de ser reeditada - y se observa, en la década en la que dura su correspondencia con Sender, un difícil proceso de búsqueda de una liberación personal en conflicto con algunas de sus creencias anteriores. Se intuyen, más que se explicitan, en las cartas que comentamos unos momentos de fuertes tensiones internas - el camino elegido no era fácil para una mujer en aquel tiempo - en una escritora de intensa vida interior y gran sensibilidad y, a la vez, abierta a explorar nuevos territorios personales. Sender aborda poco el tema, lo hace en una de las primeras cartas en la que escribe: "No sé si debo decirle que soy muy religioso a mi manera. Poco asiduo al ritual, claro. Los españoles que nos consideramos un poco leídos tenemos que ser discrepantes por algún lado. Un sacerdote me decía: eso es orgullo. Yo le dije: “mayor orgullo es hablar en nombre de Dios. Yo no me atrevería a tanto” La confianza entre los dos escritores crece carta a carta y, tras dos años de tratarse de "usted", pasan a utilizar el "tú" que abre el camino a una mayor intimidad. Vemos crecer la amistad entre ambos, sus confidencias familiares, las referencias a los hijos respectivos, las alusiones a sus situaciones económicas, las opiniones sinceras sobre diversos asuntos y también la admiración mutua, por la personalidad y la obra literaria del otro. En realidad solo se vieron dos veces: en 1965 cuando Carmen Laforet visita Estados Unidos y en 1974 cuando Sender regresa a España en un primer y breve viaje; pero ello no es óbice, más bien al contrario, para que ambos sepan que el otro está ahí para ayudar en lo que sea y que ambos pueden decir con total seguridad uno del otro, como subraya la propia Laforet en una de sus cartas, "puedo contar contigo". En resumen, el libro es un hermoso documento epistolar que nos permite conocer mejor a dos de nuestros mejores escritores en dos momentos cruciales de sus vidas.
Carlos Bravo Suárez
Fuente: http://carlosbravosuarez.blogspot.com/2008/02/puedes-contar-conmigo-la-relacin_28.html
España, 1944. Los grandísimos literatos de los años 30 están muertos, en la cárcel o en el exilio. La guerra lo ha destruido todo, incluyendo las letras. Nadie escribe. Nadie sabe sobre qué escribir. En este contexto es cuando se produce la llegada de Carmen Laforet.
Con tan sólo 23 años, Laforet gana el primer Premio Nadal con una historia costumbrista que muestra las miserias, la vacuidad de la posguerra. El efecto es demoledor, de pronto se descubrió sobre qué escribir. La literatura española siguió su curso.
Más allá de su innegable importancia histórica, “Nada” es una novela magníficamente escrita. De hecho, la historia que cuenta, carece de importancia, sólo sirve para demostrar la idea que, en realidad, viene resumida en su título. Nada nos cuenta las desventuras de una joven estudiante en Barcelona y de la desquiciada familia que la rodea. En realidad, no importa lo que le pase, porque todo está vacío. Hasta un brutal suicidio aparece como algo banal y sin importancia ninguna.
La novela se puede dividir en varias etapas según los personajes que más influencia tienen sobre la protagonista. Personajes que, uno por uno, se van marchando, incluyendo a la propia protagonista (tan vacía como los demás). Me gustaría destacar el glamuroso mundo de la joven Ena, con sus encantadores padres. Tanto ella como ellos acaban demostrando ser tan banales y tan repletos de miserias como todo el resto de la obra.
Es una novela muy pesimista, que nos muestra unos seres humanos destruidos y amargados. Pocas veces se habla de la guerra, pero su presencia gravita todo el texto. Destaca la brutal relación entre Juan y Gloria, que aparece mostrada como si fuera algo normal. Como si a nadie debiera extrañar tanta violencia. Gloria llega a mostrarse realmente asustada, teme por su propia vida y no sabe como escapar. Le pide ayuda a la protagonista. Pero la protagonista pertenece a su época, y se encuentra tan vacía como los demás.
Laforet nos describe una Barcelona de androides, de fantasmas. Una Barcelona destruida por la guerra, no sólo físicamente.
Fuente: http://vidasinsentido.wordpress.com/2006/10/14/nada-de-carmen-laforet/
……Gran Canaria…
……….La luz de la mañana, verde, tiene una frescura salobre, marina, como si la isla saliese de las aguas cada amanecer.
……….Marta, después de una noche inquieta, llena de proyectos, se duerme al fin. El pequeño mar de sus sábanas crece hasta cubrirla y es el océano infinito y brillante del día en que Alcorah, el viejo dios canario, sacó de su fondo azul las siete islas afortunadas. Una oleada cálida y húmeda viene de las tierras recién creadas. El corazón palpita brutamente, ciego, entre la bruma pegajosa del mar. Hay imágenes y sombras de islas que danzan.
……….La voz de Alcorah llena de oro los barrancos, crea nombres y deshace nieblas. Las palmeras, los picachos, los volcanes, surgen en una luminosa, imponente soledad… Marta se llama Marta en un campo de viñas calientes de Tamarán, la isla redonda.
……….Leyendas de gigantes y de montañas suben a su alrededor como el vaho de la calina a mediodía.
……….Así, Bandama, la montaña negra, la que Marta tiene delante de sus ojos, aparece con su historia antigua. Bandama es el gigante que instaló en los días del caos de la isla la gran caldera, donde hizo hervir el fuego infernal los primeros componentes de la vida de los diablos. Hervor y locura que no resistieron a la sonrisa de Alcorah. La gran caldera hirviente se convirtió, con este conjuro, en un inmenso nido de pájaros.
……….«Así pasará con tu corazón», dice Alcorah a Marta en esta noche de sueños.
……….Sombras de nubes cruzan sobre el viejo volcán apagado y la voz del dios de las islas se va por los barrancos dejando ecos imprecisos y angustia. Marta se ha visto al pie de la Caldera, cerca de su casa, que aún no existe, sola, entre el dolor de las viñas y de las higueras.
……….¿Puede llegar a ser una caldera hirviente, un gran nido de pájaros, el corazón de una niña perdida en una isla de los océanos?
El cuento de Carmen Laforet (España), aparece en Cartas de don Juan. Cuentos completos (menoscuarto Ediciones, Palencia, 2007), pp.25-26.
Me piden, madre, que escriba algo sobre ti. Todavía no sé si debo hacerlo. Escribir ahora de ti es escribir sobre tu muerte, con el frío, todavía en los labios, del mármol fugitivo. No pensaba, no, escribir hoy de ti. Vagamente sentía el anhelo de, algún día, reunir en palabras lo que nos ha pasado. Esperaba poder esperar, dejar que el río de la tristeza fuera colmando el ancho vaso del vacío, hasta desbordarlo. Y sin embargo, aquí estoy, dispuesto a contar, a decir algo de lo que sé o creo saber de ti, a quien quiera oírlo. Has muerto, y tu muerte es la nieve. No duele. Es silencio. Es dulce y bella. Has muerto, y esa muerte tuya se me hace mía. Soy carne de tu carne. Muero contigo. Dejo yo también de ser, de estar aquí. Se desvanece el miedo, se apacigua el deseo. Tu mano ya no está en mi mano, el olor de tu piel ya no acaricia el aire, tus bromas tan sutiles ya no fruncen tu ceño tan severo, somos árbol y piedra escondidos en el bosque.
Queridos amigos: estaba hablando con mi madre, pero es a vosotros a quienes debo hablar. Ella se ha ido. Vosotros estáis aquí, algunos, y otros os fuisteis también. No voy a nombraros. Todos nos conocemos. Y si no nos conocemos aún, nos conoceremos algún día. Todos somos hijos de una madre, de un padre, los conozcamos o no. Mi madre tenía un nombre, Carmen, y una firma, Carmen Laforet, y un apellido más, Díaz, de origen toledano… Hablar de mi madre es hablar de la vuestra. No hay en la tierra cosa tan dulce, tan real, así sea imaginada. Pienso en los huérfanos niños, en la soledad de tantos como no han podido besar a su madre, estrecharla, reír y hasta reñir con ella. Sí, es en los huérfanos incesantes del mundo en quien pienso, ahora, desde mi recién estrenada orfandad. Llamo a vuestra puerta, pido vuestro abrazo, seáis quienes seáis. Y si queréis, dejad que mi madre sea también la vuestra. No la quiero para mí solo. No es sólo mía, mi madre, ni sólo de mis hermanos de cuna. Es cierto que ha muerto, que nos ha dicho adiós en la más estricta intimidad, como rezan las crónicas. Pero esto no es sino una forma de pertenecer a todos, de morir como todos -pienso- quisiéramos hacerlo.
Nuestra madre era escritora. Dejó de escribir hace años. Luego, paulatinamente, dejó también de hablar. De ningún modo, sin embargo, dejó por ello de ser escritora, de ser quien era, ni siquiera de decir. Al contrario: cuanto menos hablaba, más decía. Quizá deba pedir disculpas aquí. Parece que el silencio de Carmen Laforet tiene vocación de mito, de piedra miliar en torno a la cual especular distancias. Se ha hablado de Alzheimer, de demencia senil, de autismo. Estos términos médicos puede que no sean improcedentes, pero son sin duda insuficientes. No son improcedentes porque, cuando no hay términos propios, cualquiera sirve para salir del paso. Pero son insuficientes porque de ninguna manera rinden cuenta cabal de la situación que hemos vivido sus deudos -hijos, amigos, ángeles cuidadores- en estos años. Es mi deber tratar de expresar con palabras la realidad, por mucho que la realidad no admita fáciles parangones. De ahí el deseo de pedir disculpas, por no haber sabido satisfacer la curiosidad, el legítimo y afectuoso interés de tantos como han acudido a nosotros. Aunque siempre es mejor callar, pienso, que hablar en vano. En cualquier caso, la realidad es ésta: nadie ha visto en Carmen Laforet, en estos cinco, diez, quince años de su largo adiós, un solo gesto desacompasado, una sola respuesta incoherente, una fealdad, mezquindad, inconsecuencia cualquiera. Menos aún en estos días últimos, durante los cuales estar a su lado era estar muy cerca del paraíso. Dolores, llagas, extenuación; ni un solo ay, ni una sola queja. Pocos gestos, sí, pero todos plenamente suyos. A quienes han estado más cerca de ella no les ha cabido duda, en ningún momento, fueran cuales fueran sus facultades en ejercicio, de que era perfectamente consciente, de que percibía con total lucidez y tranquila simpatía, desde su establecida distancia, cuanto la rodeaba.
Sé muy bien que esto que digo parecerá inverosímil a más de uno. No importa. Yo abro un libro de mi madre, leo una frase cualquiera, y al instante me maravillo y emociono. Y como yo, otros muchos. Hay en su prosa algo intrínseco, limpio y poderoso, que no se desmiente nunca, que informa toda su obra, desde su primera novela hasta su último artículo, pasando por todos sus cuentos -a mí, sus cuentos, es de lo que más me gusta- y también por sus cartas, su escritura personal. En esto vida y obra, por mucho que hayan luchado, se funden en una sola continuidad, una misma y constante elegancia, pureza y poesía. Cuando los hermanos nos reunimos para decidir qué hacíamos con sus papeles inéditos, hoy póstumos, comprendimos que algún día habría que publicarlos, que ni eran sólo nuestros ni debían ser destruidos. Obtuvimos su aprobación, y decidimos no esperar más, entre otras razones porque queríamos que ella también disfrutara, en la medida de lo posible, de esa alegría. De ahí el anuncio, que ha venido a coincidir casi con su adiós, de la próxima aparición de «Al volver la esquina». En esa novela, por cierto, aparece la Sole, un personaje que con otro nombre y circunstancia está también en algún cuento, y que acaso sea el más entrañable de los suyos. La Sole es la niña huérfana. No es mi madre, ni su trasunto, aunque mamá también fue huérfana desde la niñez, pero sí es el vaso, el relicario donde puso toda la ternura, el amor y la solidaridad que le inspiraban, que le inspirábamos los desamparados.
Sí, a alguno le parecerá inverosímil que toda una vida, a despecho de las apariencias, obedezca a un solo anhelo: que toda una obra, dígase completa o incompleta, vuele a una misma altura. Menos mal: si nadie dudara, seríamos todos sospechosos. Pero yo no dudo: esta madre que se nos ha ido, esta señora tan respetuosa y tan bromista, tan desprendida y tan inexpugnable, tan encendida, serena, inalcanzablemente suya, fue dueña de sí desde el principio hasta el final. Por eso mismo quisiera dárosla, como si no fuera vuestra de antemano, como si no te hubieras dado toda tú ya, madre, como se da el sol, el esplendor radiante de los campos vírgenes y también el de las habitaciones humanas, con sus estropicios y desconchados, con su cúmulo de miserias incluso, que nunca será bastante para apagar el ascua encendida. Sé que es una idea un poco extravagante, ésta de dar una madre a los huérfanos. Quizá te haga sonreír. Pero tú misma enseñas, invitas a dar, y ahora mismo eres todo lo que tengo, y quiero darlo, para que nuestros amigos sepan también que morir no es siempre sólo eso, que morir, a veces, es haber vivido.
Fuente: http://www.blogger.com/://standreu.org/bloc/literatura/2008/02/08/carmen-laforet/
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